Puede que no hay una época de más cambios y crecimiento que nuestros años jóvenes. Estamos estudiando, tal vez jugando deportes, o incluso aprendiendo cómo tocar un instrumento o hacer otra actividad. Mientras que nuestro crecimiento en estas áreas es importante, los jóvenes también deben procurar crecer en su madurez espiritual y relación con Dios. Teniendo esta meta en mente, quisiera compartir varios consejos generales para todo joven.
Gózate en la gracia de Cristo.
Antes de pensar sobre cómo vivir, es de primera importancia el recordar la grandeza de la gracia que Cristo ha manifestado en tu vida. Si no te recuerdas del amor que Jesús tiene por ti, se te hará fácil no amar a los demás. Así que antes de pensar en lo que has de hacer para Cristo, piensa en lo que el Hijo de Dios ha hecho por ti (Gá. 2:20). De esta forma la obediencia a Jesús te resultará más fácil y gozosa.
Ora, ora, ora.
Sintoniza tu corazón para que siempre esté en comunión con el Padre. Incluso cuando no estés en la iglesia ni en tu cuarto, ora al Señor en todo momento. Mientras estás lavando los platos, alaba al Señor. Mientras vas caminado por la calle, glorifica a Dios. Aprovecha cada instante para meditar en Él y dirigir tu alma hacia el único Soberano (1 Te. 5:17).
Devora la Biblia.
Cada cristiano —no solo los jóvenes— se debe alimentar de la Palabra de Dios como si fuera un niño hambriento. No digas “amén” a nada que no esté estipulado en las Sagradas Escrituras. No le hagas caso a ninguna voz que se levante contra la revelación del Altísimo. Lee la Biblia de día y de noche. Construye tu vida sobre la roca de la Palabra. Después de todo, Dios honrará a aquellos que honran Su Palabra (1 Sa. 2:30).
Usa tus dones para servir en tu iglesia local.
Dios te ha dotado de dones y talentos. Por consiguiente, úsalos todos para la gloria de Su nombre. Ya verás cómo Él abrirá puertas para que los pongas por obra. En vez de esperar a que todos te sirvan a ti, toma la iniciativa y empieza a servir a otros en tu iglesia local. Ponte a la disposición del pastor y dile: “Pastor, cuente conmigo para lo que sea. Quiero ser de bendición para mis hermanos y hermanas en la fe”. Ayuda en todo lo que puedas. Aprende a gozarte con los que se gozan y a llorar con los que lloran. Así los hermanos verán el amor de Cristo manifestándose a través de tu vida (Gá. 5:13).
Guarda tu pureza sexual.
Recuerda que eres templo del Espíritu Santo. Tu cuerpo no te pertenece. Como escribio Heidelberg: “Yo, con cuerpo y alma, tanto en la vida como en la muerte, no me pertenezco a mí mismo, sino a mi fiel Salvador Jesucristo”. Tus miembros no son tuyos. Tus ojos no son tuyos. Pertenecen a Dios, a Cristo, y al Espíritu. Por lo tanto, aléjate de cualquier cosa que pudiese alejarte de Dios. Guarda tu virginidad para la gloria del Señor para poder entregársela alegremente a tu cónyuge en la noche de tu boda (Heb. 13:4).
Estudia la sana doctrina.
Lee libros edificantes. Pasa tiempo con otros hermanos que toman las cosas de Dios con seriedad. Hazles caso. Aprende de ellos. ¿Por qué no comenzar a leer un libro todos juntos y luego comentar sus opiniones al respecto? ¿Algo como Doctrina bíblica de Wayne Grudem o La soberanía de Dios de A.W. Pink u otros autores sanos tales como Fernado Belliard, John MacArthur, Paul Washer, R.C. Sproul, Charles Spurgeon, Martyn Lloyd-Jones, Sugel Michelén, Otoniel Font etc.? Pide a Dios que selle estas gloriosas verdades en tu espíritu (Tito 2:1).
Sé humilde.
Hace un par de meses conversaba con mi maestra de psicologia periodistica y me dijo: “El joven es muy orgulloso, cree que lo sabe todo y cree que lo puede todo”. Por lo tanto, es muy importante ser humilde y dócil. Aunque seas más inteligente o tengas más dones o más carisma que otros en tu iglesia local, ¡no te creas! “Porque el que se cree ser algo, no siendo nada, a sí mismo se engaña” (Gá. 6:3). Humíllate. Aprende de los ancianos en tu iglesia. Son más sabios, más experimentados y más maduros que tú. No te creas la última Coca Cola del desierto. No eres imprescindible. Dios puede avanzar su Reino sin ti. Pídele al Señor constantemente que te mantenga humilde (Isa. 66:2).
Trabaja como máquina.
No seas perezoso. La Biblia nos anima a no ser perezosos, sino imitadores de los que mediante la fe y la paciencia heredan las promesas (Heb. 6:12). ¡Esfuérzate! Sé el mejor trabajador que puedas. Trabaja como José en Egipto y Daniel en Babilonia. Cuando tu jefe te pide que hagas algo, hazlo con todas tus fuerzas. Cuando vas al trabajo, recuerda que tu ética de trabajo es una forma maravillosa de alabar al Señor. Adora al Señor por medio de tu trabajo. Dios se gozará porque estás dando un buen testimonio de Su Hijo. Obedece a tu jefe y haz más de lo que te pide (Mt. 5:41).
Recuerda el evangelio.
No olvides que cualquier buen consejo es imposible de seguir sin el poder del evangelio obrando en ti. Recuerda siempre de donde yace tu identidad: no en tus obras, ni en tu estatus, sino en la persona y obra de Jesucristo. Procura siempre conocer a Cristo, y a este crucificado (1 Co 2:2), y deja que el evangelio sea el lente por el cual entiendes las Escrituras, tu ministerio, y tu vida.
Madura pronto.
En palabras de Jairo Namnún: “De ser posible, madura tan temprano como puedas. Trabaja tan temprano como puedas, cásate tan temprano como puedas, sirve en tu iglesia tan temprano como puedas. No hay sentido ni propósito en atrasar la adultez o vejez. Ni la adolescencia ni la juventud son excusas para poder vivir nuestras vidas para Dios”. Así que madura pronto. Sé un adulto. Deja de comportarte como un niño. El Señor no quiere que seas el payaso de tu iglesia. Sé sobrio (1 Co. 16:13).