El Matrimonio para glorificar a Dios.

Escrito por Nancy Leigh DeMoss, Editorial Unilit
Necesito casarme para ser feliz. Esta constituye una distorsión sutil de la verdad. El matrimonio es bueno y correcto, es el plan de Dios para la mayoría de las personas y hay gran bendición en el matrimonio centrado en Dios.
Satanás tuerce la verdad acerca del matrimonio al insinuarles a las mujeres que su objetivo es la felicidad y la realización personal, que no pueden ser felices sin un esposo que las ame y supla sus necesidades.
Después de conseguir un esposo, muchas mujeres comienzan a creer la siguiente variación de dicha mentira: “Mi esposo tiene que hacerme feliz”.
El objetivo último del matrimonio no es hacernos felices, sino glorificar a Dios. Las mujeres que se casan con el propósito de encontrar la felicidad se alistan para una gran decepción y pocas veces encuentran lo que buscan.

Las mujeres que creen que necesitan un esposo para ser felices con frecuencia terminan en relaciones que Dios nunca planificó. La verdad es que la felicidad no se encuentra en  matrimonio (o fuera del). En ninguna relación humana se encuentra la felicidad. El verdadero gozo solo se encuentra en Jesucristo.
La verdad es que Dios ha prometido suplir todas nuestras necesidades, y si Él considera que un hombre puede hacer que le glorifiquemos entonces traerá un esposo.
La verdad es que el contentamiento no radica en tener todo lo que deseamos, sino en decidir estar satisfechas con la provisión de Dios.
La verdad es que las personas que insisten en hacer su propia voluntad terminan casi siempre en aflicciones. En cambio, los que esperan en el Señor siempre obtienen lo mejor de Él.
Otra mentira del maligno es tengo la obligación de cambiar a mi esposo. La mayoría de las mujeres nacimos con la inclinación de querer arreglarlo todo. Si algo está mal, nos apresuramos para arreglarlo. Si alguien se equivoca, de inmediato lo corregimos. El instinto es casi irresistible, en especial con los que viven bajo el mismo techo. No obstante, esta idea de que somos responsables de cambiar a otros solo se traduce en frustración y conflicto.
Dentro del matrimonio esta mentira hace que la mujer pierda de vista su propia necesidad de cambio y su andar con el Señor, lo cual sí es su responsabilidad. Además, centra su atención en las faltas de otros. El hecho es que ella no puede cambiar el corazón de su esposo (o de sus hijos). Más bien puede ayudar al Espíritu Santo en la tarea de cambiar su propio corazón.
Si una esposa se preocupa por corregir las imperfecciones y faltas de su esposo en realidad asume una tarea que Dios nunca le encomendó, y con toda seguridad terminará frustrada y resentida con su esposo y quizás con Dios mismo.
También podría estorbar la obra transformadora de Dios en su esposo. Muchas esposas cristianas no comprenden que tienen a su disposición dos “armas” poderosas y mucho más eficaces que los regaños, las quejas y los sermones. La primera es una vida piadosa que Dios usa para traer convicción y hambre espiritual al esposo (vea 1 P. 3:1–4).
La segunda es la oración. Si una esposa persiste en señalarle al esposo sus faltas lo más probable es que él se resista y trate de defenderse. Por el contrario, si ella entrega su preocupación al Señor acude al poder supremo que puede obrar en la vida de su esposo.
Una mujer a la que dejé de ver durante diecisiete años se me acercó hace poco en una boda para decirme: “¡Tú salvaste mi matrimonio!” Le pedí que me recordara lo sucedido. Ella me contó que en ese tiempo me pidió consejo acerca de la vida espiritual de su esposo. Entonces recordó: “Tú me dijiste: ‘No es tu responsabilidad cambiar a tu esposo, sino la de Dios. Ve y dile a tu esposo lo que hay en tu corazón y luego retírate y deja que Dios haga el resto’”. Luego añadió: “Durante todos estos años he puesto en práctica ese consejo y lo he compartido con muchas otras mujeres casadas”.
Después me narró lo que había significado para ella esperar en el Señor antes de ver un cambio en su esposo. Durante dieciséis años oró y esperó sin ver señal alguna de respuesta por parte de Dios. Aunque su esposo profesaba ser cristiano, su falta de interés por las cosas espirituales y de fruto hacía dudar de una verdadera relación con el Señor.
Luego, sin razón aparente y después de tantos años, el Espíritu encendió la luz y produjo un cambio dramático en su esposo. No hay una explicación humana para el cambio que experimentó aquel hombre, aparte de Dios y una esposa fiel que en verdad aprendió a orar por su esposo.


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